Como tantos estadounidenses, vi con desconcierto y consternación las violentas protestas y el vandalismo que se desarrollaron en el Capitolio de Estados Unidos. Ayer fue un día verdaderamente triste para nuestro país, un día que espero y oro que nunca se repita. En medio de nuestro dolor compartido, debemos recordar que lo que vimos no es un reflejo de quiénes somos; somos mejores que eso y las acciones de unos pocos no representan ni a nosotros ni a nuestros valores.
Como ciudadanos de este gran país, somos bendecidos. Compartimos derechos comunes a la libertad de expresión y la libertad de reunión, entre otros. Si bien las diferencias de opinión a menudo surgen sobre una variedad de cuestiones políticas y sociales, esas diferencias no pueden, bajo ninguna circunstancia, degenerar en anarquía y caos. Independientemente de la afiliación política, nos une la democracia; si se convierte en lo que presenciamos ayer, desorden violento y caos, los derechos que valoramos desaparecerán en el abismo de la anarquía.
En nombre del pueblo de la Arquidiócesis de Filadelfia, expreso mi profunda gratitud a todos los agentes del orden público que trabajaron para restaurar el orden en el Capitolio, así como a nuestros funcionarios electos y a los miembros de su personal que vivieron y trabajaron en un día oscuro de nuestra historia para asegurar la transición pacífica del poder.
Que Dios nos conceda sabiduría al buscar puntos en común como estadounidenses y que Él traiga la paz a nuestro país. Hoy es un nuevo día; es un llamado a todas las personas de fe a elevar sus corazones en oración por nuestro país y por la sanación en un espíritu de unidad arraigado en quiénes somos: ciudadanos de Estados Unidos de América.
+ Reverendísimo Nelson J. Pérez
Arzobispo de Filadelfia
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