Columna del Arzobispo Chaput: Al Comenzar la Escuela, una Breve Lección en Marmol
La mayoría de nosotros sabe que C.S. Lewis es el autor de Las crónicas de Narnia y Cartas del diablo a su sobrino (The Screwtape Letters). Pero él era un maestro, así como un escritor —y en sus conferencias, a menudo describía a Dios como un escultor. Para Lewis, el sufrimiento en la vida de una persona tiene un significado especial, repetido una y otra vez en las Escrituras.
Proverbios nos dice: «… no desprecies las advertencias de Yavé, no te rebeles contra su reprimenda; porque el Señor corrige al que ama, así como un padre reprende al hijo que quiere» (3:11-12). Y la carta a los Hebreos nos recuerda que en el sufrimiento, «…Dios los trata como a hijos. ¿A qué hijo no lo corrige su padre? (12:7).
Los retos y las dificultades nos ayudan a crecer; el sufrimiento es una herramienta. Dios usa esta herramienta para esculpir a cada uno de nosotros en los santos que quiere que seamos. Dios ve la forma de nuestra grandeza en el mármol de nuestra humanidad; luego cincela la piedra de la ignorancia y del pecado para liberarnos.
Es una metáfora útil. Quien ha visto una fotografía de la escultura de Miguel Ángel de la Piedad (Pietà) –o la vieron en persona en el Vaticano –sabe lo que significaba Lewis. Las figuras de la Piedad de Jesús y María parecen maravillosamente reales; la suavidad de su piel, la elegancia de sus extremidades, el dolor en la cara de María –estas cosas son tan reales que podemos olvidarnos que vinieron de una losa de mármol muerto. Miguel Ángel vio la belleza en la piedra… y la liberó con un martillo y un cincel. Nadie recuerda el golpe del martillo; eso se acabó en un instante; el resultado –la belleza– perdura por siempre.
Ahora, las personas no son bloques de piedra; ellas son tejidos vivos, con la libertad y la dignidad de hijos de Dios; y los maestros no son cinceles y martillos, ni deberían ser nunca. En el trabajo de la educación católica, son mentores activos y agentes en el plan de Dios, no simplemente sus instrumentos. Pero todavía podemos sacar algunas lecciones del escultor y su arte.
En primer lugar, cada gran escultor es motivado por el amor, no sólo por la habilidad técnica. El escultor ama la belleza y la verdad que ve encerrada en la piedra. De la misma manera, cada gran maestro ama las posibilidades de belleza, alegría, logro y verdad —la pizca de la gloria de Dios—, que ve en las caras de sus estudiantes.
Continuando, el gran escultor tiene pasión por su trabajo y confianza en su visión. De igual manera, ningún maestro católico puede formar el carácter moral de sus estudiantes sin una pasión por el Evangelio, un celo por Jesucristo y una confianza en la verdad de la Iglesia y sus enseñanzas; ningún educador católico puede dar lo que él mismo no tiene. Si nosotros mismos no creemos, entonces nosotros sólo podemos compartir nuestra incredulidad; si no somos fielmente católicos, entonces sólo podemos comunicar la infidelidad. Quiénes somos y cómo vivimos ineludiblemente conforma la formación que damos a los demás.
Por último, debemos reconocer que las personas, a diferencia del mármol, tienen libre albedrío que debe ser respetado. Una persona puede negarse a crecer; una persona puede rechazar libremente el Evangelio. El adulto que forma a un joven o a una mujer en madurez cristiana debe contar, por lo tanto, con la persuasión y nunca con la coerción; al mismo tiempo, el maestro nunca debe perder de vista el hecho de que la libertad real, la libertad del Evangelio, es una criatura muy diferente de las ideas comunes de hoy de libertad y de elección por amor a la elección.
La libertad real surge de la entrega de uno mismo y no de la autoafirmación; verdadera libertad significa permitir a Dios conformar nuestras vidas, para que la belleza que él ve en nosotros emerja y dé luz a los demás.
Miguel Ángel podía encontrar la belleza en casi cualquier pedazo de mármol; pero también nos dejó un recuerdo del fracaso. Millones de personas conocen su escultura de David, la figura bíblica; es una de las mejores obras de la humanidad. Pero Miguel Ángel también produjo una colección llamada Cautivos. El nombre es un tipo singular de ironía. Cada pieza de escultura en la colección de Cautivos es una cruda, a medio terminar forma de una persona, ásperamente cincelada en el mármol, que el artista simplemente no pudo completar porque el mármol no rendiría la forma. Lo que Miguel Ángel vio en esas piedras aún está atrapado en ellas hoy, sin acabar; ha sido mantenido cautivo en el mármol, cinco siglos después. Y esa es nuestra alternativa al amor de Dios; las personas que rechazan a Dios permanecen cautivas en sus propias piedras –sin belleza, sin forma y sin verdadera libertad.
Al comenzar un nuevo año escolar, podríamos pasar unos momentos recordando que la excelencia académica en nuestras aulas es importante, incluso de suma importancia, especialmente hoy. Pero una educación auténticamente católica es mucho más que eso; es mucho más ambiciosa, y sus expectativas son mayores.
Llegamos a ser más «humanos» cuando aprendemos a colocarnos en las manos de Dios —el escultor que conoce la belleza y el significado de nuestras vidas mejor que nosotros mismos. Yo estaré eternamente agradecido a los maestros que yo tuve en las escuelas católicas, desde la escuela primaria a través de estudios de posgrado, quienes me ayudaron a ver eso. Ésta es la razón por lo que les debemos tanto agradecimiento a los maestros en nuestras escuelas católicas de la Arquidiócesis de Filadelfia.