«Hace diecinueve años, que me senté con los padres de niños asesinados en la masacre de Columbine High School y enterré algunos de sus muertos. Nada parece cambiar, no importa el costo brutal. Suceden cosas terribles; se hacen declaraciones piadosas, y la nación regresa a sus propias y absorbentes distracciones.
La última masacre en el sur de la Florida requiere dos cosas de todos nosotros. Tenemos que orar por las víctimas y sus familias, porque —como yo presencié personalmente en Columbine, su sufrimiento es intenso y duradero. Y tenemos que estar enojados: enojados con nuestros legisladores por hacer tan poco para prevenir estas catástrofes; enojados con nuestros medios de comunicación y entretenimiento por al mismo tiempo alimentarse de estas tragedias y alimentarlas con el flujo constante de sensacionalismo y de incoherencia moral; enojados con nosotros mismos por perversamente tolerar estas cosas y luego olvidarnos de ellas hasta la próxima ronda de violencia.
Estamos en Cuaresma. Como pueblo, tenemos mucho de qué arrepentirnos y confesarnos. Y vamos a no autoengañarnos pensando que las más estrictas restricciones de armas de fuego —tan vitales y urgentes como son ahora — resolverán el problema. Hemos perdido nuestro respeto por la vida humana a una escala más amplia, y éste es totalmente un resultado predecible».
+ Charles J. Chaput, O.F.M. Cap.
Arzobispo de Filadelfia
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