En el pensamiento cristiano, la justicia es una de las virtudes cardinales (o «coyuntura»). La misericordia —también una virtud— es fruto de la gran virtud teológica, la caridad. Juntas, la misericordia y la justicia deben guiar las acciones, decisiones y palabras de un cristiano maduro.
Cada virtud sin la otra es incompleta. Misericordia sin justicia es poco más que una sensación de calor. Pueden madurar en lo que Dietrich Bonhoeffer llamó «gracia barata, un desprecio por la verdad en el nombre de la compasión. Asimismo, la justicia sin misericordia se convierte en una forma disfrazada de venganza. La ira por los pecados de la sociedad muy fácilmente alimenta el hábito de acicalarse moralmente, con una ceguera selectiva por los pecados que preferimos no mencionar.
Así que cuando san Pablo nos insta a «decir la verdad con amor», quiere decir toda la verdad predicada honestamente, sin editar y gobernada por la caridad. El papa Francisco hace esto con extraordinario regocijo y sencillez, cautivando a personas alrededor del mundo.
La semana pasada la Universidad de Georgetown organizó una mesa redonda sobre uno de los temas principales de Francisco —la pobreza— con Arthur Brooks, Robert Putnam y el presidente Obama. Fue un evento útil con información valiosa. En el proceso sin embargo, el presidente mostró su estilo curioso de liderazgo al sugerir que los cristianos han usado demasiado tiempo y energía en temas como el aborto, a expensas de otros temas que «capturan la esencia de quiénes somos» como creyentes, como la pobreza.
Como Ross Douthat y otros rápidamente observaron, «sería muy generoso describir los comentarios [del presidente] como equivocados; eran ridículos». Tal vez sí; tal vez no. En la transcripción real del panel, el tono del presidente es afable y medido. Pero hay una notable ironía aquí, sin embargo.
Tenga en cuenta: La actual administración amenaza e interfiere con innumerables ministerios sociales afiliados a la Iglesia que sirven a los pobres en todo el país porque ellos no ceden a sus peculiares ortodoxias sobre el aborto, la anticoncepción y el sexo. Entonces la misma Casa Blanca sugiere que la Iglesia utiliza muy poco tiempo centrándose en los pobres y demasiado en el aborto y el sexo.
En realidad, el trabajo provida en la mayoría de las diócesis, incluyendo Filadelfia, obtiene una fracción del tiempo y financiamiento sustancial dedicado a servicios sociales y educación. Y siempre ha sido así. Y siempre será así, a menos que el gobierno haga que sea imposible para los servicios sociales católicos permanecer fielmente «católicos».
La enseñanza de la Iglesia sobre la justicia social no es una categoría aparte, distinta del resto de la doctrina moral católica. Las convicciones católicas sobre la integridad sexual, la naturaleza de la familia, la protección de los inmigrantes y el refugio para los sin hogar provienen exactamente de las mismas raíces; de exactamente la misma comprensión cristiana de quién es la persona
humana como hijo de Dios. Alimentar a los hambrientos y ayudar a los pobres son obligaciones de vital importancia para los cristianos. Pero no le dan una licencia a nadie para ignorar o minimizar la destrucción de la vida humana por nacer que ocurre de forma masiva a diario en este país.
Como los obispos de Estados Unidos escribieron hace más de 15 años y muchas veces desde entonces, el derecho a la vida es el fundamento en el que toda la acción social católica se apoya. Si no existe el «derecho a la vida» para el niño por nacer, todos los demás derechos son mera ficción.
Hace exactamente 20 años esta primavera, Juan Pablo II publicó su gran encíclica Evangelium vitae («Evangelio de la vida»). Vale la pena leerlo de nuevo. Se encuentra en una larga línea de encíclicas sociales de gran alcance que incluye a Paul VI Populorum progressio, Rerum novarum de León XIII y Juan XXIII Pacem in Terris. De alguna manera, habla con singular relevancia a las luchas claves que los católicos americanos enfrentan ahora. Y su mensaje no es menos urgente en la vida de la Iglesia mundial.
El papa Francisco ha reiterado la dignidad del niño por nacer, la naturaleza de la sexualidad humana y la importancia de la familia en muchas de sus propias declaraciones públicas —aunque sus puntos de vista sobre estos temas reciben menos atención, porque no quedan muy bien con la narrativa común de lo que este papa es y lo que puede hacer.
¿Dónde nos deja eso al cerrar la temporada de Pascua y darle la bienvenida a la gran fiesta de
Pentecostés?
Tenemos que hacer que las virtudes de misericordia y justicia cobren vida en nuestras vidas personales. Y necesitamos incrustarlas, por nuestro testimonio, en las políticas públicas y las estructuras de nuestra nación. Salvar a niños nonatos sólo para que crezcan en una cultura de pobreza y falta de vivienda no es un resultado que los cristianos pueden aceptar.
Pero no puede haber «justicia social», ni «bien común» basado en la compasión y la dignidad humana, en una nación que permite la rutinaria matanza diaria de sus propios miembros más débiles —la vida en desarrollo de los niños por nacer.
El próximo domingo es el «cumpleaños de la Iglesia» —el día que el Espíritu Santo llenó a los seguidores de Jesucristo con la presencia de Dios y el valor para predicar su Evangelio. Es un buen momento para pedirle a Dios por esa misma presencia y valor en nuestras vidas… y la capacidad de hablar toda la verdad sobre la justicia y la dignidad humana, con amor.