En el corazón de la doctrina católica hay dos principios: la preocupación por el bien común y el respeto por el ser humano individual. Un ejemplo: La Pastoral Penitenciaria católica no disputa la necesidad de castigo bajo la ley para garantizar la seguridad de los ciudadanos. Pero también se niega a abandonar al prisionero, afirmar su dignidad continua y buscar su rehabilitación.
Otro ejemplo: la anual Marcha por la Vida. Cientos de miles de personas han marchado en nombre de los niños por nacer cada enero durante más de cuatro décadas por dos razones: el aborto permisivo envenena a toda la sociedad, y lo hace matando a un niño en desarrollo a la vez.
Para ponerlo de otra manera, los individuos tienen obligaciones para con el bien común y los gobiernos tienen el deber particular de proveer para la seguridad pública; de lo contrario pierden su legitimidad. Pero no podemos servir al bien común explotando o maltratando cruelmente a los individuos, especialmente los más débiles. Ser «provida» implica mucho más que una defensa de la vida por nacer, aunque naturalmente debe comenzar allí. También tenemos graves responsabilidades para con los pobres, los enfermos, los ancianos y los inmigrantes –responsabilidades que darán forma a nuestro encuentro con el Dios de la justicia cuando nos encontremos cara a cara con él.
Hay pocas encarnaciones del más necesitado más necesaria o convincente que los refugiados. Es por eso que la Iglesia en Estados Unidos ha reaccionado tan fuertemente, tan negativamente —y tan adecuadamente— a las órdenes ejecutivas de 28 de enero del presidente Trump. José Gómez, el arzobispo de Los Ángeles (él mismo un inmigrante de México y un ciudadano naturalizado) lo puso esta manera:
«Es cierto que las órdenes de refugiados [Presidente Trump] no son una ‘prohibición musulmana’, como reclaman algunos manifestantes y medios de comunicación. De hecho, la gran mayoría de países de mayoría musulmana no es afectada por las órdenes, entre ellos algunos que tienen problemas reales con el terrorismo, como Arabia Saudita, Pakistán y Afganistán.
Eso no hace estas órdenes menos preocupante. Frenar la admisión de refugiados durante 90 o 120 días no puede parecer mucho tiempo; pero para una familia que huye de una nación devastada por la guerra o la violencia de los cárteles de la droga, o señores de la guerra que fuerzan incluso a los niños a unirse al ejército —esto podría significar la diferencia entre la vida y la muerte…
Y es un simple hecho que no todos los refugiados son terroristas, y los refugiados no son aún la principal fuente de amenazas terroristas para nuestro país. El ataque de terror aquí en San Bernardino fue ‘casero’, llevado a cabo por un hombre nacido en Chicago.
Como un párroco, lo que me inquieta es que toda la ira, confusión y miedo como resultado de la orden de la semana pasada era totalmente predecible. Pero parece que no le ha importado a la gente a cargo».
Lea el excelente comentario del arzobispo Gómez (“On the Executive Orders” [en inglés]) aquí: http://www.archbishopgomez.org/article/611
El Wall Street Journal capturó la naturaleza aparentemente descuidada y torpe de las órdenes ejecutivas en su editorial del 30 de enero, “Trump’s refugee’s bonfire”. Para el diario, la «prohibición de refugiados es tan torpe y amplia y tan mal explicada y preparada, que ha producido confusión y temor en los aeropuertos, una derrota legal inmediata y furia política en el país y en el extranjero». Peor aún, el daño humano ha sido dolorosamente amargo: familias desplazadas, refugiados e inmigrantes legales enviados a sus países o devueltos, y miedo intenso en las comunidades urbanas de inmigrantes como las de Filadelfia.
Nada de esto es exageración. Un amigo mío cuenta la historia de su nuera colombiana –una mujer joven con dos maestrías, una tarjeta verde recientemente adquirida, legalmente empleada, con dos hijos de su esposo un ciudadano estadounidense– que ahora está convencido de que podría ser deportada. No importa cuán inverosímil suene o es; lo que importa es el clima general de incertidumbre y miedo que éstas mal pensadas, abruptamente desplegadas órdenes ejecutivas han creado. Esto a su vez alimenta a los opositores de la nueva administración que vayan a utilizar cualquier material disponible para paralizar y socavar la legitimidad de la presidencia de Trump. El señor Trump ahora les ha proporcionado gratis e invalorable ayuda.
Estamos viviendo un tiempo irracional y peligroso en la vida de la nación, y la culpa recae en ambos lados del espectro político. Pero si nuestras diferencias son insuperables, la gente que menos debe soportar la carga de la actual guerra civil son los refugiados.