Más de la mitad de los estadounidenses encuestados apoyan ahora la pena de muerte por asesinato y delitos similares. Se trata de un modesto incremento de una baja histórica registrada en el año 2016. Pero los números solos no determinan el contenido moral de las acciones de los individuos o los gobiernos. El bien y el mal existen si la opinión popular aprueba o no.
A finales de julio el Departamento de Justicia de Estados Unidos (DOJ por sus siglas en inglés) restituyó la pena de muerte para las personas en el corredor de la muerte federal. Como resultado, cinco personas están programadas para ser ejecutadas en los próximos meses. En cierto sentido, el Departamento de Justicia está haciendo realidad simplemente las consecuencias de una ley —la Ley Federal de Pena de Muerte de 1994— que sucesivos gobiernos y congresos, dominados por ambos partidos políticos, no han podido cambiar; pero esto no hace que esos homicidios judiciales sean menos inhumanos. Los Obispos de Estados Unidos expresaron su consternación rápidamente ante la decisión y después de haber hablado y escrito contra la pena de muerte durante casi 50 años, enfáticamente uno mi voz a la de ellos.
Yo redacté algunos de los materiales claves para el Mes de Respeto a la Vida de los Obispos de Estados Unidos, en el 2005, que se centró en la pena de muerte. Entonces señalé lo siguiente:
En la superficie, el caso de la pena capital puede parecer persuasivo. La mayoría de las personas vive honestamente, actúa decentemente y quiere comunidades gobernadas por la justicia, tanto para los inocentes como para los culpables. Las personas decentes, comprensiblemente, temen la violencia en la sociedad. Necesitan defender a sus hijos y a ellos mismos. La pena de muerte tiene una calidad bíblica de equilibrio: castigo grave por delitos graves. Muchas personas buenas lo ven como un impedimento al mal grave, e incluso cuando el elemento disuasorio falla, razonan, al menos puede traer justicia y un cierre emocional para los familiares de las víctimas de asesinato.
Este es un argumento poderoso, especialmente a la luz de la brutalidad en nuestros titulares diarios. Pero está mal, y tenemos que alejarnos de él, tanto para proteger nuestra propia dignidad humana dada por Dios, como también por el bien del criminal condenado cuya vida pende de un hilo; las razones son simples.
La evidencia contra la pena capital muestra que rara vez funciona como un elemento disuasorio, pero imaginemos que sí.
La evidencia contra la pena de muerte demuestra que personas inocentes son a veces condenadas y ejecutadas; que nuestro sistema legal discrimina contra las minorías y los pobres; y que los acusados en muchos estados obtienen asesoría legal desastrosa a menos que puedan permitirse lo contrario. Todas estas cosas parecen ser ciertas, pero vamos a ignorarlas.
En cambio, supongamos que un acusado es realmente culpable de un asesinato brutal y premeditado; que él o ella obtienen un excelente asesoramiento legal con el correcto debido proceso; y que un jurado justo condena a nuestro acusado después de una deliberación cuidadosa e inteligente
Matar a los culpables sigue siendo la opción incorrecta para una nación civilizada. ¿Por qué? Porque no logra nada; no regresa a los muertos ni siquiera los honra; no ennoblece a los vivos. Y aunque pueda satisfacer la ira de la sociedad por un tiempo, no puede ni siquiera liberar de su dolor a los seres queridos de la víctima asesinada, porque sólo el perdón puede hacer eso.
Lo que sí logra la pena de muerte es el cierre mediante el derramamiento de sangre, y violencia contra violencia —que en realidad no es un cierre, porque el asesinato continuará mientras los seres humanos pequen, y la pena capital no puede, por su naturaleza, atacar la raíz del asesinato; sólo el amor puede hacer eso.
Las ejecuciones en Texas promediaron casi dos por mes en el 2004. Reflexione sobre eso a través de los ojos de un joven que lee el periódico. ¿Es así como nos definimos como personas temerosas de Dios? ¿Es realmente un monumento apropiado para las víctimas de asesinato? Al «enviar una señal» a los posibles asesinos, ¿nos damos cuenta de que también estamos enseñando un mensaje de violencia respaldada por el estado a nuestros propios hijos?
La realidad de cualquier homicidio es desgarradora más allá de las palabras. No podemos presumir de entender las profundas y amargas heridas personales sufridas por quienes pierden a sus seres queridos por asesinato. Como pueblo, nunca debemos permitirnos el lujo de olvidar la injusticia que se hace a las víctimas de asesinato que no pueden hablar por sí mismas, o nuestra obligación de llevar a los culpables a la contabilidad completa.
Pero como Jesús mostró una y otra vez con sus palabras y en sus acciones, el único camino verdadero a la justicia pasa por la misericordia. La justicia no puede ser servida por más violencia. En el mundo de 2005, la pena capital se ha convertido en otro narcótico que nosotros los estadounidenses utilizamos para aliviar otras ansiedades mucho más profundas sobre la dirección de nuestra cultura. Las ejecuciones pueden quitar algunos de los síntomas por un tiempo («síntomas» vivos y humanos que tienen nombres y sus propias historias ante Dios), pero la enfermedad fundamental —el desprecio actual por la vida humana— permanece y empeora.
En Génesis 4:10-16, el primer asesino de la humanidad: Caín, el hombre que trajo el derramamiento de sangre al mundo, fue perdonado por el Dios de la justicia; debemos recordar eso. Los caminos de Dios no son nuestros caminos; son más sabios y mejores. El corazón de Dios, a diferencia del nuestro, es impulsado por el amor, no por la ira. Una cultura, en definitiva, define su carácter moral por el valor que coloca en cada vida humana, particularmente esas vidas que parecen más onerosas, irrelevantes o indignas. Los criminales violentos presentan un desafío moral especialmente duro para nosotros, porque su propia crueldad los ha forzado a los márgenes de la sociedad. Reconocer la humanidad de un criminal es muy difícil cuando nuestros corazones están nublados por el dolor.
Pero la misma aguja que envenena al asesino en cada [ejecución] también nos envenena como una cultura. Pagar crueldad con crueldad no equivale a justicia.
Nada de sustancia ha cambiado en el 2019. Matar personas en nombre de la justicia es innecesario y erróneo.
El Departamento de Justicia simplemente está haciendo cumplir la ley, nuestra ley, aprobada por nuestros representantes electos. Lo que significa que todos nosotros, como ciudadanos, estamos implicados en las ejecuciones venideras. Podemos hacerlo mejor como nación. Por el bien de nuestra propia integridad moral, tenemos que hacerlo mejor. Tenemos que abolir la pena de muerte ahora.
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Nota del editor: Las columnas se publicarán cada semana en www.CatholicPhilly.com y también se pueden encontrar en https://archphila.org/archbishop-chaput/statements/statements.php.