La columna de esta semana es adaptada de las observaciones del arzobispo Chaput en University of Pennsylvania’s Hillel Center el 30 de noviembre. El arzobispo tomó parte en la divulgación pública de un informe de Penn’s Program for Research on Religion and Urban Civil Society (Programa de Investigación Sobre Religión y Sociedad Civil Urbana de Penn) sobre el impacto económico de los ministerios católicos de la región de Filadelfia. El evento fue copatrocinado por Penn’s Collegium Institute for Catholic Thought and Culture (Instituto Collegium para Pensamiento y Cultura Católica de Penn). Véase el informe completo aquí (en inglés).
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Deseo dar las gracias al señor Joseph Tierney del Fox Leadership Program (Programa de Liderazgo Fox) por el gran trabajo que ha hecho en el informe sobre el que vamos a hablar en esta sesión. El informe se publica a través del Programa de Investigación Sobre Religión y Sociedad Civil Urbana de Penn, y espero que despierte interés a estudios similares en otras zonas urbanas.
Estamos viviendo un momento de tensión y división profunda en nuestro país. Es fácil llegar a ser cínico. El informe de hoy nos recuerda que se hace mucho bien también, todos los días. Se está haciendo por la gente común que no aparece en los titulares, pero que hace una gran diferencia en las vidas de miles de jóvenes de nuestra región y las personas en necesidad.
Como muestra el estudio del señor Tierney, el impacto económico positivo de los ministerios católicos de la región de Filadelfia es de $ 4,2 billones anualmente. Podemos compararlo con el General Fund Budget (Presupuesto General de Fondos) de la ciudad de Filadelfia de $ 4 billones para el año fiscal 2016. Eso es un gran impacto. Incluye los diferentes esfuerzos de bienestar educacionales y sociales directamente vinculados a la Arquidiócesis de Filadelfia y sus más de 200 parroquias. Y también incluye las otras muchas instituciones católicas: hospitales, universidades y otras instituciones similares independientes sin fines de lucro de la región.
Por supuesto y más importante aún, el impacto humano positivo de todos estos ministerios –en cuanto a la formación del carácter moral, la creación de oportunidades y la transmisión de la esperanza– que no se puede calcular.
La lección es la siguiente: La fe cuenta. La convicción religiosa siempre tiene consecuencias. Si realmente creemos que Dios existe, nada es más importante que ese hecho. Cuanto más profundamente nos encontramos con Dios, más profundamente él reordena nuestro pensar, nuestras acciones y nuestra vida entera. En consecuencia, la fe verdadera siempre es personal pero no privada. Busca naturalmente la expresión pública. Y es por eso que las obras de misericordia y de caridad organizadas en cada tradición religiosa, judía, cristiana o musulmana, tienen un efecto desproporcionadamente fructífero. La evidencia está en los resultados.
Hacer buenas cosas en nombre del gobierno no es exactamente lo mismo que el hacer cosas buenas en nombre de Dios. Las dos vías no son mutualmente excluyentes, por supuesto. Muchas buenas personas trabajan en organizaciones de servicio secular. Pero creo que las formas explícitamente religiosas de servicio social, en su mejor momento, tienen a Dios como una especie de «multiplicador de esfuerzos» y también como juez en curso de su honestidad y corresponsabilidad.
Algunos científicos sociales tienden a considerar la religión como una invención o proyección de la necesidad humana del significado. Pero lo que dice eso al creyente cristiano sincero es que algunos científicos sociales todavía no han conocido a Dios.
El Instituto Collegium, cuyo trabajo admiro mucho, es él mismo un ejemplo de hombres y mujeres católicos que viven su fe cristiana mediante el uso de sus talentos al servicio del público en general. Significa en este caso, la vida cultural e intelectual de la comunidad académica de Penn, que claramente tiene un impacto mucho más allá de Filadelfia.
De igual manera, todas las otras formas del ministerio católico de Filadelfia mencionadas en el informe de hoy comenzaron con el mismo impulso: poner en práctica las palabras de Jesucristo y las exigencias del Evangelio.
Servicio social católico es fructífero precisamente porque nunca es simplemente «humanitario». Por el contrario, es una expresión muy concreta y particular de nuestra fe. Ofrecemos nuestra ayuda a las personas necesitadas sin ataduras, pero siempre con un propósito religioso más profundo.
Nuestros ministerios no existen para hacer proselitismo, porque esa clase de enfoque de servicio social es simplemente una forma de coacción. Humillaría a las personas que estamos tratando de servir. El proselitismo disfrazado de caridad y servicio roba a las personas vulnerables de su libertad.
Pero nuestra educación y los ministerios de bienestar social existen para dar testimonio de la misericordia de Jesucristo y demostrar nuestro amor por Dios. Son declaraciones de lo que creemos, encarnadas a través de nuestras acciones. Como resultado, ningún servicio social «católico» o esfuerzo educativo es efectivamente perseguido o sostenido sin una fuerte identidad católica y sentido religioso de la misión. Obviamente muchos aspectos de la obra social católica pueden ser compartidos por todas las personas de buena voluntad. Los ministerios sociales católicos deben y le dan la bienvenida a oportunidades de trabajar con otros individuos, grupos y organismos sociales.
El desafío, por supuesto, es que la cooperación puede a veces correr el riesgo de convertir a organizaciones católicas en subcontratistas para los donantes, fundaciones y organismos públicos con muy diferentes antropologías y con muy diferentes nociones de auténtico desarrollo humano. Puedan poner en peligro el propósito y la efectividad del trabajo social católico.
Así que en Filadelfia nuestro enfoque es la protección y profundización de la identidad católica de nuestros ministerios, no sólo por nuestro propio bien, sino para garantizar el valor constante de nuestro trabajo por el bien común.
El informe de hoy muestra cuán significativa ha sido la contribución católica al bien común de los filadelfianos. Estoy agradecido y orgulloso de que la Iglesia haya jugado ese papel tan bien en nuestra vida en común por muchas décadas.
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