September 1, 2016

Columna del Arzobispo Chaput: El Objetivo de una Educación

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Exactamente hace 77 años HOY (1 de septiembre DE 1939), Alemania invadió a Polonia. Así comenzó la Segunda Guerra Mundial. Muchos buenos estudiosos han escrito sobre ese conflicto. La repetición de sus trabajos aquí no es mi propósito. Mi enfoque de esta semana está en la educación al finalizar el verano y el regreso de los jóvenes a la escuela o a punto de regresar. Y un detalle de esos días del comienzo de la invasión alemana de hace mucho ofrece una lección útil.

 En los días previos al ataque, la SS de Hitler compiló una lista de 30.000 clérigos polacos, intelectuales, profesionales y aristócratas. Todos iban a ser arrestados. En un plazo de dos meses antes de la invasión, como 20.000 polacos fueron ejecutados sumariamente (el genocidio librado contra los judíos y otros siguió más tarde). La mayoría de las víctimas procedían de los nombres en la lista. Ellos fueron asesinados por las SS Einsatzgruppen o «grupos de tareas especiales». De los 25 principales líderes de las Einsatzgruppen, 15 de ellos tenían doctorados de las distinguidas universidades alemanas, entonces entre las mejores en el mundo.

En otras palabras, la mayoría de los hombres que lideraron los escuadrones de la muerte no eran matones analfabetos. Por el contrario, estaban muy bien educados. Como el historiador Niall Ferguson señala, provenían de la élite académica de Alemania. Las teorías raciales nazis que vemos hoy como profundamente trastornadas y diabólicas fueron avanzadas en ese momento como buenas y necesarias, basadas en la ciencia y en el servicio del progreso humano. Y un gran número de hombres y mujeres de otro modo inteligentes creían en ellas.

Por supuesto, todo eso sucedió hace muchas décadas y muy lejos. ¿Qué tiene que ver con los niños estadounidenses aquí y ahora de regreso a la escuela?

Sólo esto: los conocimientos y las habilidades técnicas son importantes, pero no son lo mismo que la sabiduría y el carácter moral. Los bárbaros vienen en todas las formas y tamaños, algunos con trajes caros con buena dicción y excelentes credenciales académicas y profesionales. Algunos inclusive compiten por puestos públicos, y podemos encontrarlos en todos los partidos políticos. La palabra «educación» proviene del latín educare, que significa «criar o educar», que a su vez proviene del latín e– (fuera) y ducare (conducir o guiar). El punto de una verdadera educación consiste en llevar a la gente de la ignorancia, falta de honradez y brutalidad al refinamiento de su humanidad y el intelecto en las virtudes.

Esto es lo que distingue a una educación católica, enseñada correctamente, de gran parte del aprendizaje moderno. Incluso la mente más fina es incompleta, un potencial blanco, sin un propósito y un marco moral para los hechos en su comando. Y, como dice el dicho, la naturaleza aborrece el vacío. Algún fin, no importa cuán egoísta o perverso, llena inevitablemente el vacío interior de una persona.

La lección del siglo 20 es que todos los fines y todos los marcos morales no son iguales. Algunos conducen al sufrimiento y peor, porque su comprensión de la persona humana se ve mermada desde el principio por la ausencia de Dios. El objetivo de una educación católica, en contraste, es llenar el alma con la presencia de su Creador. Así, la religión no es una materia «añadida» en una escuela católica. Es el centro de la empresa, la primera prioridad, y tiene que impregnar y guiar a todos los demás sujetos y elemento del día escolar. Los jóvenes son los hijos de un Dios de amor con un destino eterno. Están destinados a irradiar con creciente madurez durante toda su vida las grandes palabras de san Ireneo: «La gloria de Dios es el hombre plenamente vivo».

 Así, el fin último de nuestras escuelas católicas no es que los estudiantes asistan a Harvard o Notre Dame o Penn o Stanford o Georgetown o Villanova –todas ellas grandes universidades, pero no garantía automática de la humanidad de nadie– sino que lleguen al cielo, que no es un imaginario país de hadas, pero el abrazo intensamente real y hermoso del Dios que nos creó, nos sostiene y anhela para que nosotros lleguemos a ser los hombres y las mujeres que él quiere que seamos.

Es por eso que estamos en este mundo. Es algo que hay que recordar cuando los estudiantes y los profesores se dirigen de nuevo a clase.

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Nota del editor: Las columnas serán publicadas cada semana en www.CatholicPhilly.com y también se pueden encontrar en https://archphila.org/archbishop-chaput/statements/statements.php.