December 22, 2014

Columna del Arzobispo Chaput: Una Tregua Navideña

Hace exactamente 100 años esta semana, en los primeros meses de la Gran Guerra que comenzaría el siglo más sangriento de la historia de la humanidad, algo milagroso sucedió; a lo largo del Frente Occidental, espontáneas treguas estallaron entre soldados alemanes y aliados. Las armas se silenciarían durante la Navidad, y en algunos lugares, pasados esos días. Los enemigos depusieron sus armas y abiertamente fraternizaron, compartiendo comida, bebida e historias. Los oficiales finalmente tuvieron que obligar a sus hombres a luchar de nuevo.

La tregua de la Navidad de 1914, enraizada en la fe cristiana común y una cultura cristiana compartida de Europa, nunca volvió a suceder. La violencia, los nacionalismos y el extremismo político del siglo 20 finalizaron ese milagro en sangre; pero por un momento en el tiempo, los hombres en guerra entendieron su vínculo fundamental de hermandad. Y ellos lo honraron. Un siglo más tarde, vale la pena recordarlo, aunque sólo sea para capturar su paz para nuestras familias y para nuestros propios corazones.Los cristianos –en otras palabras, los seguidores de Jesucristo– celebran el 25 de diciembre, no como otra fiesta secular, pero mucho más profundamente como el nacimiento del Mesías, el que garantizanuestra humanidad; el cumpleaños, en las palabras de san León el Magno, de la vida misma.

Vivimos en un tiempo especial de alegría cada temporada de Navidad, y tiene muy poco que ver con las ventas navideñas. Jesucristo es Emmanuel – «Dios con nosotros». Intercambiar presentes con los amigos y la familia es una tradición maravillosa que brota naturalmente de nuestra felicidad navideña. Pero el ruido de meras cosas nunca debe ahogar la tranquila voz del amor de Dios hecho carne en el nacimiento de Jesús. Belén, para cada uno de nosotros individualmente y el mundo en su conjunto, es el comienzo de algo completamente nuevo y absolutamente hermoso si le pedimos a Dios por la pureza de corazón para poseerlo.

El mundo que conocemos hoy en día no es tan diferente del mundo de la primera Navidad. Para María, nada tenía de dulce el estar embarazada y soltera en el áspero campo de Palestina. Ella tenía su fe en Dios, pero tener la comprensión de sus parientes y amigos locales era un asunto muy diferente. Las mujeres en su día podrían ser, y a veces eran, apedreadas por adulterio percibido. El amor comprensivo de su prima Isabel no hubiera sido ampliamente compartido.

Tampoco la historia de María ha sido fácil para su prometido. No importa cuán grande su fe, no importa lo bueno su corazón, José probablemente todavía luchó con tentaciones de dudas muy humanas. De hecho, el cristianismo oriental capta la confusión de José poderosamente en muchos de sus grandes iconos de la Natividad. Los iconos a menudo presentan a José apartado de la escena del pesebre, de espaldas a la madre y el niño, sumido en sus pensamientos.

Sin embargo, la realidad es ésta: Dios nos amó tanto que nos envió a su único Hijo por la fe de María y José. Él nos amó lo suficiente para asumir nuestra pobreza, nuestras humillaciones y temores, nuestras esperanzas, alegrías, sufrimientos y fracasos, y para hablar con nosotros como uno de nosotros. Se hizo hombre para mostrarles a los hombres y mujeres lo mucho que Dios ama. Él nació para ese fin; él vivió para ese fin; él murió y resucitó para ese fin.

Jesús no es simplemente Emmanuel, pero también Yeshua, que significa «Dios salva». Cuando Jesús predica tarde en su ministerio público que «yo soy el camino, la verdad y la vida», sólo está reafirmando el milagro que comienza en Belén. Nuestro Redentor nace en un establo; él nace para librarnos del pecado y restablecernos a la vida eterna. Éste era el significado del nacimiento en esa primera Navidad.

Nunca es demasiado tarde para invitar al Niño Jesús en nuestros corazones. Seguramente este mundo cansado y complicado nunca necesitó una «tregua navideña» más que ahora; lo mismo ocurre con nosotros –con todos nosotros. Que Dios conceda a cada uno de nosotros y a nuestros seres queridos, el don de dar la bienvenida a Jesucristo en nuestros corazones en esta Navidad y durante todo el año que viene.